
Yo sé muy bien cuánto puede llegar a consumir la tristeza. Quizás igual de bien que tú. Por eso estaremos de acuerdo que tratar de menguar sus efectos es lo más sensato, y no sólo eso: hay que hacerlo juntos, codo con codo, sonrisa por sonrisa, con tal que los días sean los mejores de nuestra vida.
A eso justamente he dedicado años de mi vida y lo sabes: sabes que yo soy así y acostumbro a romper estereotipos, egoísmos y moldes que nunca han terminado de ajustarse a mi manera de ser. Y se me ha dado bien, para qué negarlo. Has estado ahí, en primera fila. Lo has podido ver con tus propios ojos. Le hemos sacado partido juntos, como debe ser. Y esta ha sido -con diferencia- mi mejor medicina. Vaya que sí.
Pero hoy, y abandonándome por completo, hoy prefiero ser tú: en qué
coño se basan tus alegrías; y aunque sepa de antemano cuánto podría
llegar a dolerme, conocer la manera que tienes de lucir ese egoísmo tan
evidente que ni siquiera puedes llegar a reconocer, a ver si con eso
consigo averiguar de una vez por todas cuánto daño ha hecho la tristeza
en tu vida para que te comportes así conmigo.
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